martes, 20 de enero de 2009

Educar para la democracia


Oscar Reyes

¿Es acaso posible educar a una nación y a sus habitantes en valores y conductas democráticas? La democracia implica algo más que las instituciones políticas de check and balances, la división de poderes, la alternabilidad de los gobiernos y el respeto de los derechos humanos: debe ser una cultura, un modo de comportarse los ciudadanos en todos los espacios sociales posibles, el hogar, el trabajo, la escuela, y un largo etcétera. Si por ejemplo tenemos una constitución que se dice democrática pero en la sociedad las relaciones son asimétricas, familistas, verticales, opacas y autoritarias, se produce una especie de esquizofrenia política que genera mucho malestar e incertidumbre: todo aquel que juegue democráticamente hace el papel de tonto, porque los demás jugarán a la viveza, al arribismo. Los demócratas se convierten en parias, en indeseables que entorpecen los guisos y manipulaciones de los cogollos, gente que sufre mucho y se pregunta, ¿pero por qué si yo juego limpio de manera democrática? Los vivos obtienen victorias temporales y parecen destinados a detentar el poder para siempre, pero a la larga este tipo de sociedades anómicas obtienen muy bajos resultados en sus ejercicios económicos, políticos y sociales que las pueden llevar a crisis cíclicas. De manera que aunque el demócrata parece tonto, resulta que si una mayoría importante juega democráticamente a la larga todos ganan más, incluso los vivos. Las sociedades con larga experiencia democrática –que no por casualidad son las más ricas del mundo- han aprendido esta lección, y realmente juegan limpio, no hay doble discurso ni se trata de bobería religiosa: un país donde todos son una cuerda de vivos se parece a Uganda, uno donde todos son demócratas y tontos se parece a Finlandia, Canadá o Australia.
Una vez que durante su experiencia estos países aprendieron las ventajas de la conducta democrática a todos los niveles, se dedicaron a enseñarla como se enseñan matemáticas o lenguaje. ¿Que cómo lo hicieron? La democracia Moderna más antigua, la de EEUU, no nació como tal, sino como una república de blancos varones: los indios, los esclavos y las mujeres estaban excluidos de los derechos políticos, pero paulatinamente se fueron incorporando al pueblo con derechos, al démos. Sin embargo, esa sociedad tenía una característica que la diferenciaba de todas las de su época: todo era objeto de discusión. A Alexis de Tocqueville en La Democracia en América le maravillaba que el frutero y el banquero que se topaban en la calle se detuvieran a discutir cualquier tópico. Cierto, en ninguna otra parte del mundo un rico banquero alternaba con el vendedor de frutas, y esta es la imagen más popularizada del texto del francés y del estado de la democracia en el país del norte hacia 1835, pero había algo más crucial; todo se discutía, desde cómo trazar una cañería hasta cuáles reformas podrían ser propuestas a referéndum en las elecciones de cualquier estado. Tocqueville calculó que un país donde 13 millones de personas discutían sobre todo lo que hacían en conjunto, en lo público, en la casa, el trabajo o la escuela, era ya de por sí un éxito, y que cuando llegaran a ser 300 millones dominarían el mundo. El filósofo John Dewey retomó la idea de Tocqueville y a la norteamericana la llamó democracia deliberativa, su aspiración era una socialdemocracia sin castas, igualitaria, con respeto a las minorías y sin exclusiones. Lo fundamental, para Dewey, también era la capacidad de deliberar acerca de cualquier problema de interés en la casa, el trabajo o la escuela. A su juicio la expansión y profundización de las conductas democráticas en todos los ámbitos sociales le pondría férreas bases a la democracia prevista por la constitución y las leyes. Fue un paso más allá: trabajó en la reforma de la educación primaria y secundaria en EEUU a principios del siglo XX e introdujo materias como debate en clase, análisis de la constitución, lo que luego se llamó educación cívica.
Al influjo de Dewey, el maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa promovió una reforma en Venezuela que fue conocida como La Nueva Escuela. Fruto de esta sana inspiración fueron los programas de educación social, moral y cívica que se mantuvieron en los programas educativos hasta creo que los setenta u ochenta. Yo, que tengo 48 años, recuerdo esas materias con encanto de cuando estaba en primaria y secundaria, en ciclo básico. ¿Por qué desaparecieron estos pensa? Sigo sin entenderlo; se dejó la formación democrática al medio ambiente social, la familia o los medios de comunicación, que como sospecharán ustedes en nuestro país no son precisamente democráticos. Quienes incoaron esta atroz poda de nuestras ramas democráticas soñaban que la llamada antipolítica iba a terminar por corregir los errores de los partidos y los líderes políticos o peor; que podían llegar al poder sin hacer políticas, es decir, sin trabajar en los partidos, las bases, simplemente pontificando desde los medios de comunicación. Tal vez debamos aprender aún que los problemas de la política sólo se solucionan con más política y los de la democracia con más y mejor democracia.
Asistimos a un auge de la formación política: se vende como autoayuda, dada la crisis. Ello es imprescindible para el futuro, siempre que vender cualquier pacotilla como formación política no sea una variable de la viveza criolla, para vivir sin trabajar. Al menos se ha despertado la conciencia de esa necesidad. Reconfigurar las instituciones políticas para fortalecer nuestra endeble democracia deberá ir acompañado de un enorme esfuerzo para educar en democracia, como lo soñó Dewey: quizás debamos educar para la democracia desde el vientre mismo y hasta la senectud. Es un proceso para toda la vida.

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