lunes, 22 de octubre de 2007

La revolución consumista




Oscar Reyes

I.- Revoluciones sociales, políticas y económicas

En Sobre la revolución, Hannah Arendt distinguió dos tipos de revoluciones: aquellas fincadas en la cuestión social –el hambre y la exclusión de los pobres- y las revoluciones que se imponían el desiderátum de instaurar la libertad mediante instituciones políticas y democráticas perdurables. Contamos con un fracasado modelo de revolución social por excelencia –la francesa que luego fue copiado por la revolución rusa, la cubana, la china y un largo etcétera- y un modelo de revolución política asaz exitoso –la norteamericana- en la que se inspira, gústenos o no, la revolución independentista venezolana y una buena parte de las latinoamericanas: en el caso nuestro, basta con compara el preámbulo de la Constitución de Filadelfia de 1787 con la venezolana de 1811. Pero tal vez habría que incluir un tercer tipo de revolución, híbrida y más vinculada con la economía, como lo fue la Revolución Industrial que desde Inglaterra se regó por el mundo con el resultado de la expansión colosal del capitalismo de alta tecnología digital que conocemos en la actualidad. Esa revolución podría también ser calificada o descrita como una revolución productiva, del modo de producción o de la productividad. Mas lo que nos importa a nosotros en este ensayo es que esa revolución tenía como Némesis el consumo: es decir, no hubiera habido una revolución productiva mediante el modo de producción capitalista avanzado si a la vez no se hubiera disparado el consumo de recursos naturales, de productos manufacturados, etc.
Esto nos ubica ante un sistema de coordenadas en el que nos encontramos con a) una revolución típicamente capitalista -la del consumo disparado- a la cual habría que oponerle la revolución socialista de una distribución justa pero austera de la riqueza de las naciones b) mediante una coincidentia oppositorum también convivirían juntas y coincidentes en ciertos aspectos la revolución socialista y la capitalista, pues ambas son similares en cuanto a sus ambiciones productivas. Afirmo esto último pues debe recordarse que: a) Marx jamás renegó de la alta productividad, aunque aspiraba cambiar la propiedad de los medios de producción b) el socialismo era para Marx una etapa superior de la historia de la humanidad, una en que la productividad iba a ser superior incluso a la del capitalismo más exitoso de su época, el de Inglaterra. Véase pues cómo, en cuanto al consumo, capitalismo y socialismo se oponen históricamente, aunque coinciden en torno a la alta productividad requerida para el éxito de sus modelos. (1). El quid reside entonces en la concepción que se tenga de qué hacer con esa riqueza conseguida con los altos niveles de productividad que ambos sistemas promulgan,
A grandes rasgos, podemos decir que en Europa una de las razones que coadyuvaron a la creación del Estado de Bienestar y a la elevación de las clases obreras al nivel de clases medias no fue sólo el miedo al comunismo o la buena intención de los gobiernos: también hay que contar con el cálculo interesado de los capitalistas con visión de largo plazo. Mientras más alto sea el nivel de ingreso de las mayorías, más consumo habrá, y eso es altamente beneficioso para los empresarios, sin duda. Esa ha sido históricamente una de las razones que han quebrado el cálculo marxista en torno a la inevitable sublevación de la clase obrera. Marx entendía la relación económica en el capitalismo como si se tratara de la economía esclavista ateniense o romana: un juego de suma cero en el cual lo que uno gana es porque se lo arrebata al otro. Pero: ¿qué pasa si la economía crece de manera descomunal como lo ha hecho desde su época hasta hoy? Pues que ciertamente hay más ricos, y que los capitalistas acumulan más dinero que en ninguna otra época de la Historia: pero también puede ocurrir que vastos sectores de las clases trabajadoras de los países industrializados se conviertan en clase media y media alta.
Marx concibió a la burguesía como una raza diabólica interesada en mantener en la miseria y las tinieblas a los proletarios porque supuestamente esa era la mejor garantía para mantener sus privilegios: pero creo que no ha sido exactamente así. No pretendemos decir que la burguesía y las élites hayan dejado de defender sus intereses egoístas en aras de la solidaridad colectiva y que ahora sean como la Madre Teresa de Calcuta: lo que ocurre es que aquí no estamos hablando de filantropía sino de cálculo racional e interesado, que es algo ligeramente diferente. Digamos, yo puedo tener un mercado pequeño para producir y vender productos de lujo, a saber, perfumes y sedas. Eso quiere decir que en teoría estoy enfocado en consumidores de altos ingresos y gustos muy refinados. Eso, producir para los ricos, me puede dar excelentes dividendos: pero si quisiera entrar a competir en el capitalismo masivo requeriría que cualquiera pueda entrar a comerse una hamburguesa en mi franquicia o comprar mis últimos aditamentos digitales. No hace falta que yo tenga una predilección especial por los pobres y desheredados de la tierra como Cristo: puede que sea suficiente con mi interés en que la gran mayoría de ellos lleguen a ser clase media para que puedan consumir mis productos. Todo lo anterior corresponde a un juego de intereses en un mercado masivo.
Marx se espantaba ante la ‘falsa conciencia’ de los obreros norteamericanos, quienes pensaban como gente clase media y estaban de acuerdo con las medidas destinadas a mejorar la producción y a hacer exitosas las empresas donde trabajaban, con lo cual se incrementaba el capital de sus dueños: la concertación y la alianza le parecían contra natura, como si los obreros se estuvieran abrazando y besando con sus verdugos. Según Marx, eso impedía la formación de una conciencia de clase y revolucionaria entre el proletariado norteamericano. Pero, ¿realmente eran unos miserables esquizofrénicos que se creían clase media? No, Marx estaba equivocado: realmente eran clase media, o camino a serlo al llegarles la oportunidad de disfrutar de la producción masiva de bienes y servicios. Históricamente, Estados Unidos no ha sido un país donde existan condiciones de miseria insoportables como las que contempló Marx en el Londres de su época o en el París de Víctor Hugo. Claro que había blancos pobres, e igual negros esclavos o liberados pobres: pero en comparación con las ciudades de Los Miserables, USA era la utopía de un futuro sin hambre, con confort, donde se podía cumplir el sueño americano que era también la fantasía de los europeos que allá emigraban.
Europa alcanzó niveles similares de equidad, de ausencia de hambre y miseria, después de la Segunda Guerra Mundial, al punto de llegar a ser lo que hoy en día es la Unión Europea y al punto de encontrarnos con países como Noruega donde el ingreso promedio de los ciudadanos es de unos 120.000 US$ anuales, en una nación cuyos habitantes se dicen socialistas.
Todo lo anterior ha dado como resultado que el comercio entre Europa y USA, entre los países ricos –junto a los cuales debemos agregar a Japón, Canadá, Australia- acapare casi la totalidad del volumen del comercio mundial, quedando por ejemplo África y América latina reducidas al 6% en cuanto a su participación.
Por otra parte, históricamente los líderes comunistas en la URSS estaban conscientes y muy preocupados por la productividad, puesto que querían alcanzar y superar rápidamente los niveles de desarrollo de los países capitalistas avanzados. Ello es patente en los planes quinquenales, en los saltos para alcanzar altos niveles en la industria básica y pesada, así como la inversión tecnológico-militar en energía nuclear, aviones, cohetes, etc. Al escéptico le podemos recordar que los cohetes rusos, las gandolas voladoras que parten de Baikonur cargadas rumbo a la estación espacial internacional, no se caen, mientras que los sofisticados transbordadores espaciales norteamericanos tienen todo un historial de tragedias que lamentar.
Sabemos que el foco de la productividad soviética estaba centrado en la tecnología militar y de armamentos y no en los bienes de consumo civil. Y ese es justamente mi punto: se le hacía caso a Marx en aquello de que a cada quien de acuerdo a sus capacidades y posteriormente a cada uno de acuerdo a sus necesidades. El consumo suntuario era visto no como una opción legítima para quienes triunfaran sino como un vicio a ser combatido. La concepción de la repartición de la riqueza de la nación era austera: apenas lo necesario para que cada ciudadano pudiera sobrevivir, mientras que los excedentes se iban a la industria bélica, o eran regalados a los países satélites.(2).
Volvamos un momento al socialismo rico de Noruega: la riqueza de esa nación no es producto exactamente de una revolución, sino de una evolución reformista. Su democracia nació hacia 1848, y se ha mantenido hasta la actualidad. El petróleo no es lo que les ha hecho ricos, aunque han sabido aprovecharlo. Son el país menos corrupto del mundo, y el que más invierte en la educación de sus ciudadanos. Registran unos 100 asesinatos al año: lo que registramos nosotros durante un fin de semana largo en Caracas. La acumulación de riqueza ha sido sostenida, y al llegar al actual nivel de bienestar por supuesto que consumen mucho, aunque ahorrando e invirtiendo buena parte de sus altos excedentes con miras al futuro, pues su petróleo quizás dure unos 50 años, y su gas natural unos 100: y no quieren volver a ser pobres cuando se les acabe el petróleo. Es pues un socialismo no revolucionario sino reformista, consumista y a la vez productivo.
Una vez revisado el sistema de coordenadas que propusimos al principio, vamos a la pregunta central de este artículo: ¿puede una revolución socialista ser consumista? En Venezuela esto es objeto de burlas por parte de la oposición, mientras que de vez en cuando es causa de estentóreas furias dentro del liderazgo del proceso político actual venezolano ante la constatación de que los grandes compradores de vehículos rústicos de lujo –Hummers- y consumidores de whisky escocés de 12 y más años son los funcionarios del gobierno: por ello la oposición adjetiva de ‘boliburguesía’ y ‘boli-oligarquía’ a estos neoconsumistas que detentan el poder político –y ya en buena medida el económico- en nuestro exhausto país.
Pero en realidad queremos ir un poco más allá de la simple burla, de los golpes de pecho o las pataletas: puede ser útil a la hora de barruntar hacia dónde vamos analizar la pregunta sobre una revolución socialista consumista desde dos puntos de vista: a) el consumismo como condición de ser b) la imposibilidad de formar una conciencia o sujeto revolucionario socialismo austero mientras el consumismo ‘corrompa’ a los camaradas.
Para la discusión de este asunto, recurriré a dos fuentes: un análisis del consumismo elaborado por Massimo Desiato y un análisis sobre la imposibilidad de la conciencia y el sujeto revolucionarios en una sociedad tan consumista como la nuestra, elaborado por el hermano jesuita Raúl González Fabre.

II.- Soy lo que consumo

En Más allá del consumismo (3), Massimo Desiato hace un recorrido histórico por la crisis económica norteamericana de los años 30, cuando colapsó Wall Street. Para paliar aquella depresión económica tan grave quizás las medidas más famosas fueron las de tipo keynesiano: la inversión estatal en grandes obras de infraestructura para generar empleo, las regulaciones tendientes a evitar futuras caídas, y, en general, la participación del Estado como agente estabilizador en contra del dogma liberal de un free market que se había vuelto irracional. No faltará quien afirme que la entrada en la II Guerra Mundial aceleró y reactivó la economía y eso puede ser cierto: pero nos interesa aquí otro comportamiento incentivado por el Estado y los privados: promover el consumo mediante el crédito, la producción masiva y la publicidad (4). El marketing se convirtió en una herramienta fundamental para los empresarios e industriales: el reto era anunciar o morir, inducir a los ciudadanos a comprar cosas que en muchos casos realmente no necesitaban –pues eran absolutamente suntuarias- o desaparecer. En cierta medida, la austeridad del espíritu protestante y capitalista clásico de un Benjamín Franklin según Max Weber cedió ante la imperiosa necesidad de recuperar y reconstruir aquella economía devastada.
Ahorrar, invertir, no gastar más de lo necesario, eran parte del evangelio del espíritu protestante y capitalista clásico. De manera que inducir al consumo, endeudarse e hipotecarse hasta la muerte, gastar más de lo que se ganaba para obligarse a sí mismo a producir más –y de esa manera subir en la escala socio-económica comprando casas, carros, etc.- eran algo parecido a una herejía, pero se convirtieron en el nuevo paradigma, el cual incluso hoy en día persiste en el momento en que se critica a la sociedad norteamericana de ser tan consumista.
La tesis de Desiato arranca además de una concepción antropológica bastante marxista, por cierto. Con Marx, hemos llegado a creer que, en gran medida, lo que somos es lo que producimos y cómo lo hacemos: esto es, que el alma de la historia es económica, y que los sujetos humanos pueden ser ampliamente descritos como homo faber, animales que trabajan y fabrican aquello que requieren para sobrevivir y para cuya obtención la naturaleza no ha puesto la información y las conductas automáticas e innatas en sus genes. El ser humano sería pues una estructura abierta, que no posee instintos cerrados, ciegos e inmutables, sino una criatura que se va conformando con instintos moderados –pulsiones- que son probados en la realidad y que se refuerzan y mantienen si son exitosos para obtener lo que buscamos. Por eso, el ser humano conformará su conducta y hasta su cuerpo en buena medida en función de su ocupación: si decides vivir del fútbol, deberás labrar una cierta musculatura corporal que permita resistir las exigencias de tan duro deporte: si decides ser médico, deberás afinar tu pulso para las cirugías, y si decides ser pescador deberás desarrollar resistencia al sol, el salitre, etc. Es la razón por la cual podemos hablar en cierta medida de que alguien tiene cuerpo de: cuerpo de futbolista, cuerpo de pescador, cuerpo de intelectual sedentario.
Ciertamente, en muchos casos no podemos escoger una profesión, porque las limitaciones del entorno lo impiden: a veces la vocación choca con un mundo que es demasiado hostil como para permitirnos escoger libremente el modo en que vamos a conseguir nuestro sustento. Digamos, es muy difícil que un congoleño sea astronauta, aunque no imposible. Justamente, en las situaciones en que determinados sujetos son capaces de vencer obstáculos que se creían imposibles de superar, estamos ante casos de heroísmo y voluntad ejemplar, pero me temo que no es así en la mayoría de los casos. Es más probable que un chico de Iowa sea astronauta y el de Nigeria pastor: pero con algo de voluntad ambos podrían coincidir en una carrera de atletismo en una olimpiada.
Lo importante para nosotros es que –siguiendo a Marx- la conciencia de un sujeto se forma en función de su actividad laboral (la existencia económica es la que configura la esencia del sujeto), una conciencia que el autor además extiende más allá del individuo para llevarla a la clase social. Un burgués tendrá determinados valores y formas de ser, que deberían ser muy diferentes de las del hijo de un obrero siderúrgico. No se trata aquí de marginalidad versus refinamiento, pues puede haber burgueses marginales y proletarios educados, las variedades y posibilidades de casos diferentes abundan. Lo importante es que educado o patán, en general el oficio que alguien desempeña durante toda la vida lo marca, al punto que muchos dejan de llamarle por su nombre para llamarle por su oficio: doctor, ingeniero, marchante, obrero, convirtiéndose el oficio en un segundo nombre añadido socialmente al aquel con los padres le bautizaron.
Pero resulta que esta configuración humana a partir del trabajo y que fue planteada muy bien por Marx, tiene también su Némesis: el consumo. Trabajo esencialmente para producir bienes que debo consumir: comida, agua, combustible, ropa. De manera que así como la conciencia de un sujeto se conforma en buena medida a partir de lo que produce y cómo lo produce, la otra cara de esta configuración humana es la del consumo: tanto consumo, tanto soy, qué consumo, eso soy.
El consumismo pudo tener su origen en una coyuntura de crisis y ser usado como estrategia para contribuir a reactivar la economía: pero ha devenido en la marca del ser humanos, en la cifra de lo humano, por así decirlo.
El entorno y la educación son claves a la hora de conformar a un ser humano, y las diferencias de clases realmente existen, como bien señalaba Marx, aunque no creo que las clases se comporten con la mecánica dialéctica revolucionaria que él pretendía.
Piénsese en la manera de hablar de los compradores de un centro comercial o mall ubicado en una zona clase media alta, como La Lagunita, en Caracas. Hay una manera de caminar, de hablar, de pensar, incluso de oler, que diferirá radicalmente de aquellos que consumen productos parecidos e incluso similares en un mercado popular en Carapita, también en Caracas. Consumir marcas es a su vez una ‘marca’ o signo de estatus: quien tiene un Mercedes Benz está mostrando algo parecido a los colores del pavo real: un llamado de atención, un canto de ser humano exitoso en una sociedad consumista. La lucha de los que menos tienen en buena medida busca igualación a la hora de consumir, aunque el gap está en el eslabón intermedio, es decir, en la capacidad que se tenga o no para producir lo requerido para consumir lo que se desea. Muchas veces la delincuencia es un atajo: si no puedo producir como los ricos, robo: pero al robar, lo primero que hace el ladrón es consumir, gastar, llenarse de marcas que lo diferencien de los que están debajo de él en la cadena social de su entorno. Buscará las camisas y zapatos de marca, para parecerse a los ricos triunfadores, en un acto de emulación que muchas veces es tragicómico, porque se compran bienes que no tienen sentido de ser usados en su entorno social, como equipos electrodomésticos suntuosos que no pueden ser empleados plenamente en sus casas precarias, así como teléfonos celulares de última generación muy costosos cuyas aplicaciones web o satelitales no requieren ellos para nada. Pero es cuestión de estatus, e incluso de atraer al objeto del deseo. Si deseo, si quiero, debo producir para poder atraer. Mientras más produzca, más posibilidades de conseguir amor tendré. En el caso masculino, la capacidad de protección que reflejen será un gran afrodisíaco. En el caso de las mujeres, la capacidad de proyectar belleza refinada –la cual es cara de mantener- obrará en el mismo sentido. Y una mujer bella y rica es algo verdaderamente enloquecedor, un arquetipo de las aspiraciones de la mayoría de las mujeres y de los deseos de una buena cantidad de hombres.
Esto en el caso del capitalismo, dentro del cual el consumismo es algo legítimo, y bien visto si no es exagerado al punto de quebrar las previsiones necesarias para la supervivencia digna a largo plazo de una familia o un sujeto.
Lo curioso sería contrastar esta configuración humana que los venezolanos conocemos muy bien y de cuyo virus casi todos estamos contagiados (el ser para el consumo), con el discurso y la propuesta de personalidad o tipo humano austero y no consumista, de sujeto con conciencia de clase, que propone el discurso ‘revolucionario’ venezolano.
Ya dijimos al principio de este trabajo que en el caso venezolano la ‘revolución’ está operando mediante mecanismos que históricamente han sido los del reformismo. Sabemos además que ciertos países comunistas han tratado de crear por la fuerza, intimidando, fusilando a los que se resistieran, un sujeto con conciencia revolucionaria: estos procesos han sido llamados, utilizando el caso chino como paradigmático, ‘revoluciones culturales’, revoluciones tendientes no a cambiar el modo de producción ya convertido en colectivista, sino tendientes a operar rápidamente un cambio en las conciencias de la mayoría para que se adapten o conviertan al modo de ser socialista, que traducido a los términos de este ensayo sería el modo de producir y consumir socialista, austero y no consumista.
En el caso venezolano, tampoco se percibe una revolución cultural a las puertas, en el sentido de la china, la cubana o la de Pol-Pot. Se trata por ahora de llamados a la austeridad, a deponer el egoísmo, y a no pensar que los estudios universitarios son una manera de ascender en la escalera socioeconómica, de llegar a poder tener casa propia, carro, y a consumir productos refinados. El consumismo es señalado por el gobierno como una corrupción del alma. Pero creemos que el orden es ligeramente al revés: que el alma de los aliados del gobierno se corrompe para ser consumista sin haber logrado los éxitos económicos y productivos que los altos niveles de consumo requieren. Es decir: la corrupción política y económica tan desatada entre los nuevos ricos del actual proceso es con miras al consumismo: al igual que los ladrones de los barrios, luego de robar –en este caso dineros públicos- lo primero que se hace es consumir de manera desenfrenada: coches de lujo, apartamentos ostentosos, maletas con centenares de miles de dólares saliendo del país y un largo etcétera.
Ciertamente ocurre una disonancia cognoscitiva cuando el gobierno llama a los pobres a no aspirar al consumismo ni a la mejora en su estatus socioeconómico, mientras los pobres contemplan el espectáculo de los nuevos ricos consumiendo desatadamente. Hay dos grados en esto: el tipo de empresario boliburgués que hace dinero negociando a través del Estado, que de alguna manera simplemente se ha convertido en un neo-capitalista. Supongo que este tipo de neo-empresario no genera malestar entre las mayorías de quienes apoyan el actual proceso. El segundo caso, el corrupto, es el que moralmente debe molestarles más y causarles más disonancia, al contemplar la actitud derrochadora como se comportan mientras le piden austeridad y le exigen no tener ambiciones a los más desasistidos.
Me importa poco el contenido moral de este dilema, aunque por supuesto que censuro la corrupción: me interesa más el análisis del resultado que esta actitud conlleva a la hora de crear un sujeto revolucionario como teóricamente debería exigir la ‘revolución’. Como ha señalado Raúl González Fabre (5) en un transparente artículo, es imposible edificar una revolución socialista sobre la base de una población acostumbrada o aspirante fervorosa a ser consumista, e inducida al consumismo por la misma conducta de los dirigentes políticos del gobierno. Simplemente: ¿quién va a hacer el papel de tonto renunciando a sus legítimas aspiraciones a un mejor nivel de vida mientras los dirigentes están desatados robando? Se predica también con el ejemplo, y no sólo hay que ser virtuoso, sino también parecerlo, como se le pedía a la esposa del César.
Volviendo a un terreno que concebimos como realista, y dilemas morales aparte, la revolución, el proceso o como quiera usted llamarlo, tiene una ardua disyuntiva: o iniciar en serio una revolución cultural como las sangrientas que vivieron China y Camboya, o resignarse a no poder construir una mayoría de ciudadanos con conciencia revolucionaria, no consumista, austera, es decir, renunciar a la creación de un sujeto o clase revolucionaria.
Las resistencias son tales dentro de su propio seno entre los recién enriquecidos y recién contagiados por un consumismo pavoroso, que no pareciera ello factible. Y estos ciudadanos que apoyan el proceso y que por ello se han enriquecido, tienen más en común con el alma de un opositor abiertamente capitalista, tienen una configuración humana más común con los llamados opositores escuálidos, que con los mártires del Al Fatah o los revolucionarios cubanos más convencidos e ideologizados.
Una revolución socialista consumista es un híbrido con pocas probabilidades de sobrevivir. Pero no se llenen de optimismo quienes esto lean y piensen que estoy tratando de mostrar un camino para derrotar ideológica o antropológicamente el proyecto autoritario que se cierne sobre Venezuela: ciertamente, usted puede colegir de todo lo antes dicho que hay que seguir promoviendo el consumismo entre los afectos al proceso, entre los médicos cubanos que vienen con una misión de adoctrinamiento, que no hay discurso más poderoso para disuadir a un revolucionario que un buen trozo de carne de primera con un buen whisky escocés, que hay que seguir ‘corrompiendo’ a los líderes del proceso. Eso es parte importante de este asunto, pero no llamo a la gente a esperanzas inconsistentes: todo lo anterior podría funcionar si realmente estuviéramos ante una revolución socialista en Venezuela, pero eso no es lo que se vislumbra. No estamos en una revolución, estamos ante un proceso reformista, en el cual se promueven cambios para mantenerse eternamente en el poder, como cualquier tiranía de derecha en Chile o Argentina en los ‘70 y ‘80. De manera que poco le importa al gobierno que la gente consuma o no, o que los revolucionarios se corrompan o no: no hay pureza ideológica, no hay convicciones, y por eso tampoco hay madera para mártires ni para grandes santones morales. Si permitir que los militares y los militantes se corrompan ayuda a mantener el poder porque los entretiene, pues se seguirá tolerando la corrupción y el consumismo como ha ocurrido hasta ahora.
Lo que se deduce entonces es que estamos ante un proyecto político autoritario –todo el poder para el proceso, mantenerse en el poder eternamente- pero desideologizado, sin capacidad de generar una sociedad con conciencia, un sujeto revolucionario. Como decía Fernando Mires, no estamos en una disyuntiva entre capitalismo y socialismo sino entre corrupción y transparencia, entre democracia versus militarismo autoritario y violento vestido de rojo.
Los socialismos reales que conocimos en el pasado tenían el doble imperativo se ser productivos y de generar además un sujeto revolucionario, y trataban de cumplirlo por las buenas o por las malas. El proceso venezolano es desideologizado, o al menos esquizofrénico e ignorante de esas experiencias recientes.
Si se aceptan con realismo las ligazones que existen entre el factor productividad y el factor consumo, que culturalmente se ha convertido entre nosotros en consumismo grave, si se acepta que estamos ante un proceso de reformas y no ante una revolución, pues nos estaremos acercando –al menos por los caminos por los cuales se quiere implementar el proyecto- al modelo noruego que mencionamos antes, pero con una gran diferencia: aquel socialismo se declara absolutamente democrático, y existe en el país menos corrupto del mundo, de acuerdo a los informes anuales de Transparencia Internacional.
Por la izquierda o por la derecha, por la revolución o por la reforma, sea Cuba o sea Noruega, la conducta consumista y corrupta de los líderes políticos de la revolución venezolana, así como su poca productividad en los roles que les asignan, está en contra de la prédica ideológica que los une e imposibilita la implementación exitosa de cualquiera de los modelos propuestos.

Notas

1.- Esto es muy necesario recalcarlo en Venezuela: los marxistas no se opondrían a las cooperativas, a las empresas de producción social u otras alternativas o complementos al capitalismo: pero para ellos la productividad seguiría siendo el combustible imprescindible para el buen funcionamiento del nuevo orden. Otra cosa es que en la realidad hayan fracasado sus modelos económicos de planificación centralista y monopolios estatales, pero la productividad no está reñida con el socialismo ni con las revoluciones, aunque los ‘revolucionarios’ venezolanos detesten el concepto por circunscribirlo –de manera errónea- solamente al ámbito del capitalismo. Luego de quebrar el Banco Central de Cuba, el Ché Guevara fue destituido, aunque nadie dudaba de sus convicciones revolucionarias. Se trataba de un asunto de productividad acerca del cual el realismo de Castro estaba muy claro.
2.- El caso soviético es el único que recuerdo de un imperio que en vez de saquear las riquezas de sus satélites es saqueado por éstos. Esa era la concepción del rol que debía cumplir la riqueza de aquella nación: el oro de Moscú se iba a países miserables y a guerras insólitas como las guerrillas venezolanas. El viejo Pedro Duno me contó en vida algunas de las peripecias que tuvo que hacer para traer dólares desde Moscú a Caracas para financiar el movimiento armado. Eran tiempos de la CIA y la KGB, y no se trataba de juegos, sino de actividades que te podían costar la vida. Llegaba el oro moscovita a Venezuela y luego se enviaba a la montaña: pero los muchachos en armas le decían a Duno: ‘Camarada, alguien se robó la plata en el camino, porque lo que nos llegó apenas fue una caja de latas de sardina’. Venezuela hoy día es un imperito –en ambos sentidos de la palabra: imperio chiquito e incompetente- cuya riqueza está siendo saqueada por países chiquitos y patéticos como Cuba y Bolivia. Y ni hablar de la corrupción izquierdista que ya denunciaban los camaradas ante el finado Pedro Duno: no hemos inventado nada.
3.- Vid. Massimo Desiato: Más allá del consumismo. Ediciones UCAB; Caracas, 2000.
4.- Por cierto, este comportamiento gubernamental de incentivar al consumo en momentos de crisis graves para devolver la confianza, también se usó luego de los atentados del 11 de Septiembre de 2002, cuando el alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, instó a los neoyorkinos a no quedarse encerrados y con miedo en casa, sino a salir a consumir para reforzar la economía de la ciudad. Nótese la diferencia cuando en Venezuela se hacen llamados a la austeridad, a no consumir suntuariamente: claro que quienes aquí vivimos sabemos que los camaradas revolucionarios son actualmente los que más consumen, porque tienen más dinero recién adquirido súbitamente, por lo que ya el lector vislumbrará los derroteros de este ensayo, al ir señalando el camino de una esquizofrenia entre el discurso socialista austero y el consumismo desenfrenado de los nuevos ricos bolivarianos.
5.- Vid. Raúl González Fabre: El socialismo a la venezolana: cinco problemitas, en SIC # 296, Marzo de 2007, pp. 61-65.

lunes, 15 de octubre de 2007

El quórum, estúpido, el quórum...




Oscar Reyes *

1.- El optimismo
Las democracias y las revoluciones que nacen del optimismo suelen terminar de manera catastrófica. Creo que ello ocurre en buena medida porque se hace una apuesta por una supuesta bondad innata y absoluta del género humano –el Buen Salvaje de Rousseau- y a partir de allí se proponen sistemas políticos y constituciones que presuponen que todos los ciudadanos se comportarán de manera virtuosa en el futuro si se cambia el estado de las cosas malas del presente. Aclaro, en primer lugar, que entiendo aquí la virtud no en el sentido familiar o personal: me refiero a la virtud pública que implica compromiso de los ciudadanos con el destino de la nación, es decir, hablo de una virtud republicana como la describe Montesquieu en El Espíritu de las leyes.
Lo curioso y lo trágico de las revoluciones optimistas es que para ellas el pasado de iniquidades, corrupción, brutalidades, guerras, asesinatos y traiciones no importa ni es un referente que llame a la precaución: el mundo recomienza a partir del momento sublime en que un líder revolucionario o ‘el pueblo’ levantan la cruz, la espada o el kalashnikov y declaran la fundación de un nuevo orden que nos va a redimir para siempre de la explotación del hombre por el hombre, del egoísmo y la maldad.
Esta es una de las razones por las cuales tales procesos suelen cambiarle el nombre a todo lo que se les atraviesa: desde los meses del año, pasando por el nombre de la capital, hasta llegar a alterar el huso horario para diferenciarse del orbe podrido que los rodea y los amenaza.
El líder es un ángel vengador que actúa en nombre del pueblo, es el brazo implacable del pueblo: es un redentor y además un Moisés, que funda y nos entrega las tablas de las nuevas leyes. Si le creemos, estaremos entrando en un reino de la fraternidad, lo cual ejerce la atracción de lo mágico, de la unción, del re-ligare. Todo es misticismo y felicidad fugaz hasta que comienzan a repetirse la misma corrupción de antaño, los mismos abusos, los mismos crímenes con otros ropajes, los mismos viejos y oxidados puñales remando sobre los cuerpos de los nuevos inocentes.
Quienes han cambiado su vida en función de estos procesos, quienes dejan de ser demócratas para pasar a ser ‘revolucionarios’, difícilmente abren los ojos a las primeras de cambio, cuando la primera sangre es derramada. Han triunfado a partir del cambio (aunque el triunfo para la gran mayoría sea algo más ficticio que real) han re-configurado su ser a partir de estas nuevas creencias, y renunciar a ellas sería despedazarse el alma, quedarse desnudos en medio de un invierno, en un infierno: sería volver añicos su Yo, algo que nadie acepta con facilidad sobre todo porque sustituir las partes rotas es un proceso arduo, complejo y asaz doloroso, en el cual podemos incluso morir.

2.- Reforma vs. revolución
Las revoluciones parten de cero, refundan el mundo. Para ellas, todo lo anterior es perverso y nocivo, hay que limpiarlo y eliminarlo a sangre y fuego. Ejemplos de revoluciones son la rusa, la china o la cubana, que fusilaron a millones de seres humanos para cambiar el mundo , pero en cuyos altares también se inmolaron y perecieron muchos revolucionarios honestos y bienintencionados. Las revoluciones armadas y violentas tienen muchos crímenes sobre sus hombros, pero también tienen panteones de héroes que venerar.
Por el contrario, el ‘revolucionario’ venezolano entiende que el detergente para limpiar los males del pasado debe ser elaborado preferiblemente a partir de sangre ajena, nunca de la propia. Para la nomenclatura que les dirige el camino no se trata de patria socialismo o muerte: de perder la lucha a largo plazo, el camino sería el exilio dorado con heridas y contusiones leves, preparándose para el cual actualmente desfondan las arcas públicas en la oleada de corrupción más gigantesca que recuerda nuestra historia.
Pero si la revolución opera por rechazo y quiebre con el pasado, la reforma opera por soldadura: se toma lo bueno del pasado y se mantiene, se acepta lo bueno del futuro y se suma en una alquimia cuyos mecanismos usualmente son pacíficos. Los parlamentos, los sindicatos, los liderazgos de opinión sociales y políticos, asumen los nuevos valores, los difunden, los defienden, y los ciudadanos terminan aceptándolos o no.
Un ejemplo de reforma exitosa y reciente en Venezuela es la descentralización, que le permitió a los ciudadanos elegir alcaldes y gobernadores y que acercó el gobierno a las bases, haciéndolo más transparente, responsable y controlable por el pueblo.
Por eso, es ridícula una revolución que se define como tal pero que opera con mecanismos del reformismo: no en balde, lo que afrontamos en Diciembre de 2007 es la votación acerca de una ‘reforma constitucional’ (sic).
Muchos abogados constitucionalistas señalan que no se trata de una simple reforma como se prevé en la Constitución del 2000, sino de un cambio completo en los fundamentos del sistema político y en la base de la división territorial, lo cual requeriría una Asamblea Constituyente para ser legal. Pero no utilizo aquí el término ‘reforma’ en sentido constitucionalista, sino en el sentido que le damos en teoría política, es decir, como un proceso de cambios paulatino opuesto a la revolución: la revolución arranca de cero nuevamente, cambia todo radicalmente, muchas veces violentamente, mientras que la reforma es pacífica, gradualista, pues no rechaza lo bueno del pasado sino que lo mantiene mediante un proceso de adaptación a las bondades de lo nuevo.
Estamos ante una revolución que no es tal ni siquiera a la hora de refundar el mundo, pues lo que hace es complicarlo más en el momento en que mantiene vigentes antiguas instituciones como alcaldías y gobernaciones –ello porque sabe muy bien que el pueblo no quiere perder esos espacios ganados al centralismo- pero agregándole al lado, en paralelo, las instituciones de ‘la nueva geometría del poder’, que serían las instituciones ‘revolucionarias’, implantadas en este caso no mediante una revolución en sentido estricto sino mediante una reforma constitucional votada en referéndum.
Creo que este tipo de ‘contradicciones’ son las que mantienen en constante jaque y esquizofrenia a muchos de los intelectuales y dirigentes honestos e informados que apoyan el actual proceso. La preocupación de los opositores es de otro género, como veremos adelante.

3.- Mayorías y minorías
Dado que estamos ante una reforma y no ante una revolución, que el actual proceso político triunfe dependerá de que logre mantener una mayoría electoral, algo que parece cónsono con la democracia si la definimos como ‘gobierno de todos’ o como ‘gobierno de las mayorías’, aunque esto último sea un grave error que deseamos deconstruir aquí.
Ha habido montones de casos en que una minoría armada o facciosa logra imponer un modelo, pero nos interesan en este ensayo los procesos que son apoyados por una mayoría de la ciudadanía, quedando la oposición reducida a una o varias minorías.
Cuando nos toca la desdicha de vivir uno de estos procesos basados en el optimismo, los escépticos pasamos a ser una o varias minorías con diferentes acentos. Si viviéramos en Rusia luego de 1917 o en La Habana actualmente, lo más probable es que ya nos hubieran fusilado los sucesores del Ché Guevara, que nos hubieran enviado a Siberia o que, con suerte, hubiéramos podido escapar a otros mundos más libres.
Pero dado que esto no es una revolución sino un proceso reformista que ya dura 8 años, se nos conmina a comparecer a unas elecciones en Diciembre de 2007 para votar SÍ o NO legitimando un proyecto de reforma constitucional. Si los opositores perdemos, seguiremos siendo una minoría avasallada por una mayoría chiquita pero organizada y con mucho dinero para repartir a manos llenas.
¿Por qué digo una mayoría chiquita? Porque si usted revisa bien los números, se dará cuenta de que con los niveles de abstención reconocidos por el mismo Consejo Nacional Electoral, casi todos los procesos electorales que hemos vivido en los últimos años han carecido de quórum, pues no ha concurrido la gran mayoría de los votantes.
¿Y qué significa el quórum? Pues es un método técnico-político por excelencia para defender a las minorías, para que una democracia no se convierta en una tiranía de masas conducida por dirigentes mesiánicos, carismáticos y populistas. Es además la manera canónica de mantener la continuidad de la Constitución y de las leyes contra aquellos que –detentando una mayoría circunstancial y contingente- se empeñan cambiar el edificio constitucional para perpetuarse en el poder. El quórum vendría siendo parte de lo que llamamos un sistema de contrapesos, de check and balances.
Ya dijimos que la política de la fe (tomo este término de Michael Oakeshott) que precede a las revoluciones optimistas tiene confianza absoluta en la bondad del ser humano y presupone que todos los hombres y mujeres –en este caso ‘la mayoría’- van a actuar correctamente, de manera virtuosa, en los asuntos públicos: a la hora de votar, de marchar, de apoyar proyectos, de debatir con los opositores, etc.
¿Pero qué pasa si ‘el pueblo’ –o una mayoría circunstancial- se equivoca o es engañado por un líder perverso, demagogo y carismático? ¿qué pasa si un sector de la oposición que se encuentra en minoría tiene razón en sus preocupaciones por el futuro de la democracia? No vayamos tan lejos: ¿qué pasa con el simple derecho a existir que tienen esas minorías?
Deseamos dejar claro que para nosotros mayoría no es igual a democracia. Las democracias y las revoluciones optimistas suelen terminar de manera catastrófica entre otras razones porque postulan que todos los hombres son buenos, especialmente el líder fundador que nunca se equivoca y quienes le siguen ciegamente. De aquí se sigue que quienes se equivocan son las minorías opuestas a la bondad del líder revolucionario fundador y a su mayoría –si es que la tiene- razón por la cual suelen ser calificadas de ‘contrarrevolucionarias’ por la ‘gente buena’ de la revolución. Dando un pasito más adelante, se procede a reprimirlas, para unificar el mundo en torno a la bondad de la mayoría, es decir, en torno a la bondad del líder fundador, del ángel que extermina a los malos, a los oligarcas, en nombre de la bondad del pueblo y de la pureza de la revolución.
Pero las democracias más duraderas y saludables que conocemos han nacido del escepticismo: la experiencia les ha mostrado a sus fundadores que los hombres son violentos, ambiciosos, que traicionan: pero sobre todo, que el poder corrompe, y que el poder absoluto corrompe absolutamente, como decía Lord Acton. ¿Por qué habrían de cambiar al menos en lo inmediato los seres humanos a partir de un sistema político pseudo nuevo?
Por esto, las políticas y democracias del escepticismo no se fundan ni nacen para cosas como ‘implantar el reino de Dios sobre la tierra’, ni para cuidar solamente los intereses de una mayoría oprimida, sino para defendernos a todos –seamos minoría o mayoría- de cualquier proyecto opresivo y tiránico. Es decir, se fundan para salvaguardar la libertad.
No se trata de defender aquí a una minoría rica –los ricos siempre pueden contar con mejores abogados que yo- sino de aclarar ciertos equívocos estadísticos. El actual proceso venezolano afirma que cuenta con la mayoría, y que esa mayoría es ‘el pueblo’: el pueblo pobre que apoya el proceso. La oposición sería una minoría de ricos que desprecian al pueblo.
Sin embargo, el porcentaje de votos –históricamente, desde 1998- ha variado poco entre un 56% para el gobierno y un 44% para la oposición si le creemos al CNE.
Mas si aprendemos a leer estadísticas e indicadores de pobreza, nos daremos cuenta que los 4 millones y medio de venezolanos que formalmente rechazaron el actual proceso en las elecciones pasadas de Diciembre de 2006, no viven todos en La Lagunita ni en el Country Club. Entre ellos con toda seguridad se repite la misma configuración económico-social que entre el total de los 27 millones de ciudadanos venezolanos, según los cálculos de los censos. Si tuviéramos 4 millones y medio de ricos probablemente seríamos un país más equilibrado, porque tendríamos quizás una clase media de unos 10 millones de ciudadanos, quedando la pobreza reducida a unos 13,5 millones de venezolanos (cerca del 50%) en vez del 80% que la mayoría de los indicadores internacionales señalan con respecto a Venezuela.
De manera que en esos 4,5 de venezolanos que se opusieron al proceso el año pasado hay un 80% que es pobre, y sólo un 20% clase media, media alta o ricos. ¿Cuántos pobres se oponen al proceso? El 80% de 4,5 millones implica unos 3.600.000 en números bien gruesos, conservadores, redondeados hacia abajo, y siempre creyendo en los resultados publicados por el Consejo Nacional Electoral.
Otra de las grandes ironías es que una generación de nuevos ricos, una nueva burguesía, se ha horneado al rescoldo de ‘el proceso’, y por eso son llamados con justicia ‘boliburgueses’: son los dueños de las camionetas Hummer y los nuevos grandes consumidores de whisky escocés 18 años.
Así pues, es una falacia de composición decir que la gran mayoría de los venezolanos apoya el actual proceso, y que la minoría que lo rechaza está conformada en su totalidad por blancos ricos y lacayos del imperialismo.
Creo que en el caso venezolano reciente ha habido mayorías engañadas u olvidadas, pero no oprimidas o reprimidas en el trágico sentido histórico en que lo puedan sentir un indígena boliviano o uno guatemalteco. Por otra parte, la proclamada mayoría oficialista acaso no necesite que cuiden excesivamente sus intereses inmediatos. Dado que están en el poder, se defienden con poder, con dinero –con fusiles aún no, pero no sabemos del futuro- por lo cual no tiene mucho sentido teorizar acerca de la defensa de sus intereses: cuando más podemos decir que están equivocados y advertir que su equivocación nos va a costar muy caro a todos a la larga.
Los intereses que más necesitan ser resguardados en este momento son los de las minorías que no están de acuerdo con el actual proceso, pues son los que corren más riesgo si la solución al clima de conflicto se torna violenta, armada.
Hablo de soluciones armadas no porque las desee ni las promueva, sino porque están constantemente en boca de los voceros del proceso. Estos voceros dicen que estamos ante una revolución armada: ¿contra quién? ¿contra los estudiantes? ¿contra la gente que vota en su contra? No pareciera que los norteamericanos tengan la menor intención de responder siquiera verbalmente a los insultos presidenciales venezolanos, como dijo recientemente la Secretaria de Estado Condolezza Rice. De manera que la guerra de resistencia popular desde las quebradas caraqueñas con fusiles kalashnikov contra el invasor imperialista –como se sugiere desde ya en la reforma constitucional cuando se define a la FAN como antiimperialista- no pasa de ser por ahora un sueño húmedo de entrar al primer mundo mediante una nueva Guerra Fría, como húmedo y fantasioso fue el sueño de construir una estación espacial en Tucupita.
Creo que lo que presenciamos en realidad es una pugna ente una mayoría pequeña –la del gobierno hasta ahora- y una oposición militante aun más pequeña, en medio de una mayoría indecisa o al menos no extremista. En el medio de los extremistas se encuentra una gran porción de ciudadanos que no quiere participar ni quiere verse envuelto en una política belicosa, polarizada y menos en una guerra, porque afronta demasiados problemas cotidianos y materiales: mantener a sus familias, evitar que el hampa los mate, etc.
Pero el caso es que la reforma va a producir un texto constitucional que afectará la vida y el futuro de todos los venezolanos, sean pro-gobierno, de la oposición o indecisos. En casos como estos es conveniente que todos estén de acuerdo con las nuevas reglas de juego, que se logre una amplia mayoría empleando los mecanismos del quórum que ciertos obesos genios constituyentes de La Constituyente de 1.999 pasaron por alto. Si no se lograra, sería preferible –hablo teóricamente, por supuesto- mantener intacta la vieja Constitución.
Dije teóricamente antes pues aunque sea conveniente una amplia mayoría con quórum para aprobar el nuevo instrumento constitucional, tal necesidad no significa que eso vaya a ocurrir: hay una tendencia abstencionista muy grande entre la oposición –justa o no, ese no es el punto en discusión- por lo que el gobierno puede ganar con una mayoría pírrica, aun contando con que haya mucha abstención en sus filas, pues no faltan quienes entre ellos le tienen terror al nuevo articulado en lo que concierne a la propiedad privada o a ‘la nueva geometría del poder’. Pero, simplemente, el gobierno va a emplearse con todo y posiblemente ganará por las buenas o por las malas. No les importará que vote el 15% de la población y que de ese pírrico 15% ellos obtengan el 51%.
Hay que aclarar que aunque la reforma es el horizonte más inmediato, no estamos reflexionando aquí únicamente en función del evento electoral de Diciembre de 2007, sino pensando que en un futuro la persona que ocupe la presidencia puede ser otra: entonces las actuales mayorías podrían darse cuenta de lo que significa estar en la oposición, ser minoría, y no contar con reglas constitucionales que los protejan contra mayorías abusadoras porque elaboraron y modificaron las reglas basados en dos optimismos: a) que los hombres en su totalidad llegarían a ser revolucionarios virtuosos en lo público si se les educaba ‘revolucionariamente’ b) que siempre iban a estar en el poder.
Pero la corruptela desatada en los últimos ocho años debería mostrarles que no existe tal bondad, y las sucesivas caídas políticas de las cuales se han repuesto milagrosamente deberían alertarles acerca de que –en algún momento- pueden perder el poder y pasar a ser minoría. ¿Y qué pasaría si las personas que más odian obtienen todo el poder, como ocurrió fugazmente en Abril de 2002?

4.- El quórum, estúpido…
Quiero ejemplificar mi punto de vista con una noticia que apareció el lunes 8 de Octubre en las agencias internacionales: “Costa Rica aprueba en referéndum un Tratado de Libre Comercio con USA:
Con más del 90 por ciento de las mesas de votación escrutadas, el Sí obtuvo el 51,7 por ciento de los votos frente al 48,3 obtenido por el No. Las autoridades del TSE señalaron que la participación al referendo fue del 59,84 ciento del padrón electoral, superando el 40 por ciento que se requería para que el resultado de la consulta sea vinculante.”
Aquí hay dos condiciones cumplidas: el Sí ganó con el 51,7%, y concurrió el 59,84% de los electores. Si la abstención hubiera superado el 60%, el acto habría sido invalidado. Esto es lo que llamamos quórum. Cuando se prevén mecanismos referendarios para consultarle al pueblo decisiones fundamentales que van a afectar la vida pública a largo plazo, lo sensato es establecer quórum y mayorías calificadas. El primer proyecto de Constitución europea no pasó porque no logró el quórum ni las mayorías calificadas necesarias allí donde fue consultado.
La suposición implícita aquí es que si una gran mayoría de los votantes no acudió a los comicios es porque no les interesa el tema, o porque no están de acuerdo. Ocurre un silencio administrativo constitucional al revés: la no respuesta del pueblo a la hora de acudir no implica que quien propone la reforma gana o tiene razón, sino que el pueblo no la quiere o no está claro con respecto a ella, por lo cual se siguen manteniendo las viejas reglas hasta nueva consulta. En Venezuela ocurre lo contrario: si usted somete a referéndum una propuesta de Constituyente como en el año 1.999, y también la consiguiente Constitución, la abstención es tomada como un signo de apoyo tácito al proponente. Nuestros genios constituyentes en el 99 sólo le impusieron quórum a los referenda presidenciales, para los cuales la concurrencia tiene que ser muy alta, de manera de lograr ganar y además lograr acumular al menos un voto más de los que obtuvo el Presidente en su pasada elección.
Cuando hablo de una democracia fundada en el escepticismo recuerdo los artículos de El Federalista, cuando aquellos fundadores señalaban cosas como que si fuéramos ángeles no necesitaríamos gobiernos, pero dado que no lo somos, convienen gobiernos que prevengan contra cualquier grupo perverso, contra cualquier megalómano inescrupuloso, que intente hacerse con todo el poder para oprimir a los demás. Sólo el poder controla el poder, eso lo sabían casi todos los filósofos políticos modernos. Por eso, las minorías no podían quedar indefensas ante una mayoría que asumía el poder y que podía corromperse: de allí que para cambiar las leyes fundamentales se establecieran estos controles. Y he aquí por qué las democracias saludables exigen garantías para que la oposición y las minorías puedan organizarse y hacer campaña conl a lícita intención de volver al poder, como bien señala O’Donnell en Accountability Horizontal.
La posición de los framers como Madison, Jefferson y Jay anticipaba un debate contemporáneo sobre el punto de vista óptimo a la hora de formular o cambiar reglas constitucionales, el de Rawls vs. Buchanan y Brennan: el velo de la ignorancia contra el velo de la incertidumbre. Según Rawls, a la hora de formular reglas de justicia –cámbieselas a reglas constitucionales y no pasa nada grave- había que suspender todo juicio, ponernos un velo de la ignorancia delante de los ojos, y olvidar cualquier interés particular que el legislador tenga, ello en busca de una posición racional de absoluto equilibrio, velando así por el futuro de la comunidad.
Pues bien, ese tipo de acto de fe es lo que yo creo que no existe, porque nadie olvida lo que le conviene a la hora de formular ningún tipo de juicio o de regla. Esta es otra manera de suponer que los seres humanos son ángeles: pedirles que se comporten como tales a la hora de una Constituyente, por ejemplo.
Por el contrario, la tesis que yo emparento con el escepticismo es la de Buchanan y Brennan, el llamado velo de la incertidumbre: según ellos, un actor que va a cambiar las reglas de juego constitucionales sabe lo que quiere y lo que le conviene, y nunca olvida sus intereses, y ello no es malo sino útil. Esa persona puede llegar a calcular que en determinado momento no va a estar en el poder y que puede llegar a ser una minoría. Por eso –y miren que siempre pasa lo de caer en minoría- es conveniente formular reglas de juego medianamente justas que logren amplios apoyos, amplios consensos parecidos a un acuerdo de todos.
Cuando se trata de una elección ordinaria –un alcalde, un gobernador- no hace falta que haya tal quórum ni que se logra una mayoría calificada, aunque algunos países contemplan la doble vuelta en el caso del Presidente si ningún candidato logra la mitad de los votos válidos, como una manera de lograr que la figura presidencial llegue con amplio apoyo al poder. Cuando se trata de reglas constitucionales es entonces deseable que se aprueben con amplia mayoría. No sólo es deseable: es usual, como se puede recordar en el 2000 en el seno de la misma Asamblea Constituyente, aunque haya fallado el quórum. En Europa para todos los actores interesados es deseable el acuerdo amplio en torno a la Constitución europea: mientras no se logre, el instrumento no va a pasar.
Por todo lo dicho, el escepticismo es partidario de las dobles vueltas, del quórum, de los mecanismos de balance, en vez de apostar por la unanimidad que elimina las minorías, en vez de ilusionarse con la bondad de un líder iluminado o en soñar con la bondad absoluta del pueblo: el pueblo, como todo ser o conjunto humano, puede equivocarse. Simplemente, porque hay gente buena y mala en todos lados: entre los ricos, entre los pobres, entre la clase media, entre los ilustrados y entre los iletrados. Que alguien sea pobre no es garantía de que tienda a ser más virtuoso que un rico, y ese ha sido el comienzo del fin de nuestra democracia: la clase dirigente en algún momento se sintió culpable por haber abandonado al ‘buen pueblo’ y muchos sucumbieron al proyecto de fe que les proponían los actuales gobernantes, y terminaron bailando con el diablo, como dice el proverbio sajón: y cuando uno baila con el diablo, uno no cambia al diablo, el diablo lo cambia a uno y lo corrompe, pues no somos ángeles sino humanos.
En algún momento tendremos que restablecer los equilibrios constitucionales que han sido pulverizados luego de más de 8 años de andar jugando al aprendiz de brujo político. En ese momento, espero que hayamos aprendido la lección, y que las leyes orgánicas no puedan ser cambiadas sino mediante mayoría calificada, que los referendos para cambiar las leyes fundamentales o para someter a consulta cuestiones estratégicas requieran quórum y mayorías calificadas, que repongamos el senado para ser realmente un sistema federal, que preferiblemente vayamos hacia un sistema no presidencialista sino parlamentario y, en fin, que entendamos que lo social, que el hambre, se reduce con agricultura, con ciencia, con tecnología, con una economía productiva –sea capitalista, capitalista social de mercado o cooperativista- y no persiguiendo a la mitad que se nos opone ni cercenando la cabeza de los viejos ricos –como hizo la funesta revolución francesa- para luego poner sobre los hombros degollados las cabezas de los nuevos oligarcas, los que tienen ya casi una década medrando en las migajas del poder.

* Director de Formación Política de UNT

16 años… ¿Y sólo puedo votar?


Oscar Reyes *



La Asamblea Nacional se ha adelantado al pensamiento del Ejecutivo y ha añadido otra modificación a la Constitución de 1.999: ahora los jóvenes de 16 años podrán votar. No se prevé que baje la responsabilidad penal a esa edad y que algún muchacho que haya cometido asesinatos –y lamentablemente los hay- pueda ser enjuiciado por los tribunales ordinarios.

No van a poder casarse a esa edad, ni viajar, ni trabajar, ni comprar tabaco o licores. Estoy de acuerdo con esto último, pero: si pueden votar e ir a la guerra ¿por qué no tener todas las prerrogativas, derechos y responsabilidades que implica bajar la mayoría de edad a los 16 años en cuanto al voto?

Los teóricos marxistas señalan que uno de los factores clave en una revolución es la formación de un 'sujeto revolucionario' que tenga conciencia de clase y acepte el socialismo como su sistema ideal de vida. Cuando una revolución llega al poder mediante las armas, se puede formar ese 'sujeto revolucionario' a la manera de un bonsái: se cortan las ramas que tengan aspiración de crecimiento, se aherroja, se achata por la fuerza, y el resultado es un árbol enano que se parece a sus hermanos mayores, pero cautivo. Es decir, se fusila, se encarcela, se tortura, se persigue, se exila, y el resultado a corto plazo es un 'sujeto revolucionario' producto del miedo. Estos métodos se probaron en Cuba y China, mediante las llamadas revoluciones culturales. Pero fracasaron.

¿Qué hacer en una revolución que usa los métodos del reformismo, parlamentos, elecciones, etc.? Hay que mantenerse en el poder el tiempo suficiente para que una nueva generación sustituya a las que vivieron en las condiciones anteriores a la revolución. Estas últimas pueden recordar las ventajas de la democracia, por lo que difícilmente pueden ser captadas para el proceso y no son de fiar. En cuanto a los actores revolucionarios originales, pueden haberse corrompido por el consumismo y la nueva riqueza: los autos de lujo, las viviendas faraónicas…

Se requiere pues una generación sin memoria, que no recuerde otro gobierno sino el actual. Si alguien cumple 16 años en lo que queda del 2007, la mitad de su vida la habrá vivido en el actual régimen y no recordará otro gobierno sino éste. No podrá recordar la democracia. Y como la mayor natalidad tiene lugar en los barrios populares, se puede apostar a una nueva generación de muchachos que han pasado por el servicio militar obligatorio, por la milicia, y que ahora deben votar: ¿por quién habrían de hacerlo? ¿qué otros valores hay en sus jóvenes cabezas? Lo que no se puede acelerar mediante una revolución cultural se intenta catalizar mediante un aceleramiento de la mayoría de edad electoral, sacando de la despensa una generación antes de tiempo. Creo que eso hacían los nazis al final de la guerra, cuando ya no tenían efectivos para luchar contra la invasión yankee y soviética: muchachos de 14 años enfrentados a feroces guerreros de la estepa rusa y de las planicies de Arkansas con las armas y la tecnología de primera de la época, y con vasta experiencia destruyendo panzers.

¿Funcionará este experimento? No lo sé. La condición humana es tan plástica que si usted introduce este agente catalizador puede que le salga algo diferente a lo que esperaba: que los jóvenes, por pura curiosidad, se digan: ¿cómo será otro mundo? ¿cómo será otro gobierno distinto a este? Puede que no lo hayan vivido en carne propia, como acertadamente calculan los ideólogos del régimen; pero las vivencias juveniles no son simplemente carnales y experienciales, también cuentan las virtuales. A través del cable y de Internet ellos saben que más allá de nuestros muros existe otro mundo, y eso genera curiosidad, ansiedad, excitación, hambre. Es contra eso que deberá luchar la revolución, no exactamente contra los viejos líderes opositores, muchos de los cuales tienen ya el sol sobre la espalda. Y luchar contra esa incertidumbre es simplemente más incertidumbre.


* Director de Formación Política de UNT
oreyes10@gmail.com

miércoles, 10 de octubre de 2007

Mires vio caer a Satán como un rayo

Estimados amigos:
Gracias por vuestras palabras, y pido disculpas de que este leve incidente (Martínez) los haya distraído un tiempo que para ustedes debe ser precioso.
Ya la arrechera, a mí, se me pasó.
Alguien me hizo ver que, casi por casualidad me, cayó un piedrazo de los miles que se están lanzando los opositores venezolanos entre sí. Leí algunos artículos recientemente publicados en vuestro país, y efectivamente es así. A mí, desde la distancia, me ocurrió algo que a ustedes les ocurre a diario, y casi es normal que así sea.
Lo que no es normal, es esa autodestructividad que se ha apoderado de la oposición venezolana en los últimos tiempos, y de la cual el artículo de Ibsen Martínez es sólo un pequeño ejemplo. A juzgar por lo que leo (me puedo imaginar apenas qué es lo que se dice) debo concluir que esa oposición se encuentra en un estadio altamente neurotizado, casi patológico.
Hay una segunda razón que explica porqué se me pasó ya la arrechera. Se trata de un libro. Mientras viajaba ayer a München, leía en el avión el libro de René Girard "Je vois Satan tomber comme l´éclair" (Yo ví a Satán caer como un rayo). Seguro que está traducido al español, se los recomiendo, es realmente apasionante. En ese libro se relata de "el milagro terrible de Apollonios de Tyana". Apollonios, quien vivió en el primer siglo de nuestro calendario, era un conocido filósofo y curandero, y fue llamado por el pueblo de Éfeso para que viera las posibilidades de erradicar una peste que desde hacía años asolaba la ciudad. Apollonios acudió entonces hasta el altar de los Dioses, y vio que en sus escalinatas se encontraba sentado un miserable mendigo. "Ese es el culpable" - dijo Apollonios, a la multitud que lo seguía- "Hay que apedrearlo y matarlo". Nadie se atrevía a seguir dicha orden, por supuesto. El mendigo parecía, además, muy inofensivo. Entonces Apollonios lanzó la primera piedra. El mendigo, lógico, lo miró con enojo. Al ver los ojos enojados del mendigo, algunos habitantes decidieron también lanzarle piedras, después más y más, hasta que el pobre mendigo quedó sepultado debajo de una torre de piedras, arrojadas por una multitud llena de odio.
Cuando los de Éfeso sacaron las piedras del lugar, el mendigo muerto bajo el peso de las piedras había sido reducido a una miniatura monstruosa, y los habitantes de la ciudad, al verlo así, creyeron efectivamente, que habían matado a un demonio.
Lo asombroso, es que después de ese horrendo crimen, no hubo más peste en la ciudad. Éfeso, la ciudad, estaba enferma, pero la peste era sólo un síntoma. Éfeso necesitaba un objetivo para descargar la destructividad y el odio que carcomía a cada habitante de la ciudad. Y el asesinato del mendigo, trajo la paz. Y yo pensé en la oposición venezolana.
Tengo la impresión de que todos andan buscando a un mendigo a quien apedrear, y en esa búsqueda, se están lanzando piedras entre sí.
La diferencia con los de Éfeso es que todos conocen las razones de la peste. Y al igual que en Éfeso, el demonio de la peste no es un mendigo. El demonio de la peste ha sembrado intencionalmente la desconfianza frente al sistema electoral, y ha dividido a la oposición en dos, los que quieren no votar y los que quieren votar. Pero no sólo ha dividido a la oposición en dos, sino que ha dividido en dos a cada opositor.
La oposición esperó que los estudiantes llegaran, como si los estudiantes fueran un Apollonios colectivo, y les dijeran lo que había que hacer. Pero como los estudiantes son de la oposición, también llegaron divididos entre sí y dentro de sí. Por mientras, el señor de la peste ríe y ríe.
Como yo vivo muy lejos y como además no soy Apollonios y tampoco un mendigo, no me corresponde decir lo que habría que hacer. En ese punto Martínez tiene razón. Lo único que se me ocurre pensar es: "No hay que seguir buscando mendigos para matar".
Un abrazo
Fernando Mires.

El mail de Fernando Mires


En la entrega de ayer, publicamos un libelo contra el señor Ibsen Martínez. Como muchos no conocen los detalles previos a ese panfleto, les entrego el e-mail que nos envió Fernando Mires, desencantado por los insultos de este tinterillo de pacotilla.
Si ustedes no conocen la obra de Mires –y seguro que sí conocen la de Martínez porque en este país basta con tener pésimo gusto para ser publicitado in extremis- les recomiendo que se bajen algunos artículos en esta dirección:
http://www.analitica.com/buscador/bprof.asp?orden=fernando+mires

Aquí va el mail:

Oldenburg, Lunes 8 de Octubre de 2007. Fernando Mires escribió:

Estimados amigos
Ser agredido por mis enemigos, ha llegado a ser para mí, cosa del juego. Yo he dado duro, y he recibido también; y en todas partes donde he opinado, ha sido así. Pero que, además, me agredan quienes, supongo, comparten por lo menos parte de mis opiniones, resulta para mí algo incomprensible. Ibsen Martínez, a quien no conozco personalmente, me ha agredido en el periódico TAL CUAL, sin saber, yo todavía, las razones por las cuales lo ha hecho.
Creo que no me lo merezco. Si yo escribí algunas veces sobre Venezuela (entre otros países) fue porque ahí se está jugando la suerte de varios países latinoamericanos, no hay ninguna otra razón.
Le daré el gusto a Ibsen Martínez. No escribiré más sobre Venezuela, tengo también otras cosas que hacer. No es por arrechera ni mucho menos.
Lo siento mucho, me habría gustado acompañarlos otra parte del difícil trecho. Pero ya no será posible.
Abajo envío parte del artículo de Ibsen Martínez, más el e-Mail que le
dirigí a él personalmente
Reciban mis saludos
Fernando Mires


Esta crónica iba a llamarse "perder en cuestión de método", usurpando el título de la novela del narrador colombiano Santiago Gamboa, porque en ella pensaba discurrir sobre la oposición venezolana, tan propensa a botar el juego en la segunda del noveno.
Quedará para otro día: los automatismos son los automatismos, y lo que escribí sin pensar esta mañana fue una consigna que viene dándome vueltas en la cabeza desde que supe que había sido proferida por un chavista de a pie.
Por alguien que se opone a la reforma constitucional que le ha "propuesto" su propio líder, Chávez.
Ojo que el chavista de mi cuento existe, es de carne y hueso, y no es asimilable a la estirpe fantasmal de los taxistas con los que, según él, departe. Fernando Mires, un profesor chileno que vive en Alemania, viene de vez en cuando a Venezuela, opina profusamente sobre lo que nuestra oposición debe hacer y se arrecha muchísimo si en la Internet lo malinterpretan los venezolanos, de tan polarizados y ofuscados que están...
Ibsen Martínez.


Estimado señor Ibsen Martínez
Leí lo del Tal Cual
¿Por qué me ataca usted a mí? Yo nunca le hecho nada a usted. Yo nunca he escrito nada público acerca de lo que la oposición debe hacer en Venezuela: yo sólo me he arrechado contra quienes hablan a mis espaldas. Yo he querido apoyarlos a ustedes con la mejor voluntad que tengo, sobre todo porque sé que muchos amigos no tienen ustedes afuera.
¿Por qué me ataca usted a mí?
No entiendo.
Hace más de un mes que no escribo nada sobre Venezuela
Sólo me queda abierta la pregunta: ¿Por qué me ataca usted a mí?
¿Y públicamente además? ¿Qué le hecho yo a usted?
Lo único claro que tengo, es que no volveré a escribir más sobre Venezuela, supongo que eso es lo que usted quiere.
Atentamente
Fernando Mires

fernando.mires@uni-oldenburg.de

martes, 9 de octubre de 2007

Ibsen Martínez, el farsante


Un vindicación de Fernando Mires


Caro Fernando:
Con tristeza recibo tu e-mail en el que nos cuentas que has sido agredido ‘por alguien de la oposición’ –un tal Ibsen Martínez- y que por eso no vas a escribir más en torno a Venezuela. Te he tomado gran aprecio y estima no sólo por lo que escribes, no sólo porque eres amigo de mis amigos del Observatorio Hannah Arendt, sino también por los breves y gratos momentos que compartimos durante tu último viaje a Venezuela, empeñados en eso que Borges llama ‘las serenas aventuras del diálogo’.
Quisiera aclararte un par de cosas, aunque no creo que con ello te vaya a convencer de seguir compartiendo nuevos análisis tuyos sobre Venezuela con quienes sí te leemos y te queremos bien, lo cual me parece un nuevo triunfo del actual proceso, como voy a argumentar en adelante.
a.- Ibsen Martínez no es de la oposición. Te equivocas al decir que has sido agredido por ‘uno de nosotros’. Dios nos libre de ser como Ibsen Martínez, quien es un camaleón y un farsante. Apoyó a Chávez, luego vio que sus amigos se pasaban a la oposición, y entonces fingió que se pasaba a la oposición, pero todos sabemos en Caracas -que es una ciudad chiquita- que el tipejo sigue adulando al régimen por debajo de cuerda, buscando plata, porque le encanta tomarse whiskies con los allegados al poder.
b.- Este tipo de cosas las sé porque Ibsen presentó un proyecto pseudos literario a cierta instancia cultural gubernamental, en el que exigía una millonada, carro con chofer, etc., y en el momento en que le fue rechazado arremetió contra esa instancia insultándola en sus columnas. Ese es su estilo: me das plata o te caigo encima. No sé quién le habrá ofrecido qué para que te agrediera. ¿El gobierno? Puede ser: mira que tú eres un hombre lúcido, que analiza lúcidamente el futuro de nuestra democracia, el panorama de América Latina, y puesto que como tú hay pocos, mucha gente te tiene en estima y te sigue en esta desolada oposición. No es de extrañar que Ibsen esté tratando de agradar al régimen: si logra desmontar a uno de nuestros más queridos intelectuales, ¿qué no le puede pedir a Chávez? No le hagas el juego a ese mediocre.
c.- Ibsen Martínez es un ignorante. Ese señor no se ha leído ni un solo artículo tuyo, como para poder opinar acerca de tu trayectoria y tus posiciones políticas. Tiene la bellaca costumbre de recoger una que otra idea de aquí y de allá, medio plagiarla, y luego presentarlas en los diarios que estúpidamente le publican –y que me perdone Teodoro, quien ha sido uno de mis ídolos de toda la vida- acarameladas con su prosa de libretista televisivo de segunda.
d.- La experiencia política de Ibsen Martínez ha consistido en escribirles los artículos de opinión a dos altos dirigentes del MAS –me reservo sus nombres, pero sepan que lo sé- y a exigirles que lo hospeden en el Hotel Ávila, con cuenta abierta para escoceses y condumios exóticos.
e.- Tampoco es un historiador, un escritor ni nada que se le parezca. Las razones histórica se las ‘tumba’ a una pareja historiadora que tiene o tuvo. Un cuento suyo apareció publicado en la Revista Nacional de Cultura al lado de uno mío, y me dio asco estar al lado de tan mal prosista. Estuve a punto de exigirle a mi maestro y editor, el finado Oswaldo Trejo, que me sacara, pero el buen viejo Trejo me insistió y ahí quedo mi cuento Il Castrato al lado de aquel adefesio en que el ‘buen hombre’ sublimaba la mala costumbre que tiene de pegarle a las mujeres mediante un relato de factura medio policial que no llegaba ni a vigilante de garage.
f.- No sé qué le ocurre. Tenía un buen futuro como matemático, como economista quizás, pero tal vez se le pasó la mano con el licor. No tengo nada contra el licor, porque yo mismo me tomo mis buenos tragos con los panas, pero no tengo la costumbre de escribir borracho.
g.- Ese señor ha tratado de ser el sucesor del maestro José Ignacio Cabrunas, pero le ha quedado asaz grande el traje, pues es enjuto allá arriba en la mollera. Escribió el libreto de una excelente telenovela, que marcó época en Venezuela: ‘Por Estas Calles’. Pregúntenle a los canales de televisión, sin embargo, por qué no le han vuelto a contratar.
h.- Y en definitiva, yo no puedo sentir que es ‘como nosotros’ alguien que procrea un hijo, y que luego no le da la pensión, no lo quiere ver en toda su vida, y le niega el derecho a tener un padre aunque fuera de sábado y domingos. Como decía nuestro ilustre Mario Briceño Iragorry: si alguien no tiene urbanidad en el trato con los que le rodean, si es incapaz de mantener la conducta y el decoro a la hora de comer, a la hora de tratar con su familia, ¿qué puedes esperar de él cuando llegue al ágora, al campo público? Pobre niño; sólo le quedaba que lo cuidara el otro padre, Dios.
i.- Hablando políticamente, creo que si escribes sobre Venezuela te debes a ti como analista y a Venezuela entera que te lee, no a un mediocre como Ibsen Martínez. De manera que es injusto para con Venezuela y para contigo mismo que dejes de brindarnos tus ideas por culpa de ese mentecato.
j.- Podríamos hacer un referéndum electrónico en Analítica preguntando: ¿Usted quiere que Fernando Mires siga escribiendo sobre Venezuela? SI … NO.
El problema es que aunque la gran mayoría de los lectores de Analítica van a pedir que sigas escribiendo, este señor Ibsen puede acudir lloroso ante sus compinches del gobierno para rogarles que hagan un cyberoperativo para saturar con NOes la encuesta. De manera que tendríamos la orden de tú sabes quién exigiéndole a sus diablillos que entren a Analítica a votar contra ti.
k.- Creo que el afecto de quienes te hemos leído desde siempre, amén del feed-back que constantemente te hacemos llegar, es prueba suficiente de nuestra admiración y respeto.
Recibe un enojado saludo desde Caracas.
Oscar

Y tú, enano mental: recuerda que quien baila con el diablo no cambia al diablo, el diablo lo cambia a él.