viernes, 6 de abril de 2012

EL FALSO DILEMA DE VOTAR O NO VOTAR EL 7 DE OCTUBRE DE 2012



Óscar Reyes Matute


I.- DESDE EL PUNTO DE VISTA ACADÉMICO…
1.- Quisiera, como buen pragmatista, enfocarme en la idea que anima esta discusión a la que me ha invitado Marie Lépinoux –el dilema de votar o no votar- para sugerir que voto y democracia no son necesariamente lo mismo, pero que si uno acepta que es un demócrata debe votar.

2.- En cuanto al voto, ha existido desde tiempos inmemoriales: de alguna manera, hasta los dioses olímpicos debaten y votan sobre si permitir que Odiseo retorne a Ítaca, al regazo de Penélope y al amor de su hijo Telémaco, e igual hacen los guerreros en las playas de Ilión. Y una corte celestial no es precisamente un modelo de democracia, del mismo modo que tampoco lo es un ágora de guerreros repartiéndose un botín.


3.- Quizás Robert Dahl se hizo la pregunta correcta en su famoso texto Poliarquía (1): para saber si el acto de votar es realmente indicio de una sociedad democrática, hay que definir a) quiénes votan b) para qué votan c) quiénes pueden ser electos y para qué.
En Atenas, sólo votaban los ciudadanos que eran atenienses por los cuatro costados: si tenías padre o madre no ateniense, no votabas. Y tampoco votaban las mujeres. O sea que más de la mitad de la población no votaba, por lo que aquel sistema –catalogado como la primera democracia del mundo- en realidad era una aristocracia amplia, basada en el ius sanguinis: es decir, en la sangre ateniense. No era el gobierno del démos, el gobierno de todos, sino el gobierno de los que hubieran tenido la suerte –en ello no había mérito sino azar- de haber nacido atenienses y varones.

4.- La democracia moderna más antigua –la norteamericana- nació con una deuda parecida: no votaban ni las mujeres, ni los esclavos ni los aborígenes. Los esclavos tuvieron que esperar la Guerra de Secesión para ser declarados libres: tuvieron que esperar por Martin Luther King para comenzar a tener legalmente las prerrogativas de cualquier ciudadano en los estados sureños, y luego tuvieron que esperar por Obama para tener un presidente afrodescendiente. Las mujeres también debieron luchar contra el machismo para lograr el sufragio, así como la igualdad en una serie de materias de los diversos códigos civiles federales y estadales. De modo que apenas después del 2004, la promesa de la democracia norteamericana comienza a cumplirse plenamente, al menos a lo interno: las relaciones exteriores son otro tema.

5.- Si sólo vota una parte reducida de la población eso no es una democracia. Si hay cargos importantes para los cuales no se consulta a los ciudadanos –digamos, los jueces, los magistrados del TJS o los Rectores del CNE- esa tal democracia aún tiene deudas. Y si los ciudadanos no se pueden postular para determinados cargos –como cuando se prohíbe que los judíos, los comunistas, las mujeres o los no musulmanes (los “infieles”) puedan participar en cualquier elección- seguimos endeudados, mantenemos un déficit democrático.

6.- De manera que para que el voto sea un acto democrático, hay un montón de precondiciones que deben ser colaterales y simultáneas, y que sumarizo con la ayuda de O'Donnell:

“1) Autoridades públicas electas; 2) Elecciones libres y competitivas; 3) Sufragio universal; 4) Derecho de competir por los cargos públicos; 5) Libertad de expresión; 6) Fuentes alternativas de información; y 7) Libertad de asociación. En O'Donnell (1996), siguiendo a varios autores allí citados, propuse añadir: 8) Las autoridades públicas electas (y otras designadas, como los jueces de los tribunales superiores) no deben ser arbitrariamente depuestas antes de que concluyan sus mandatos constitucionales; 9) Las autoridades públicas electas no deben estar sometidas a restricciones o vetos severos ni ser excluidas de ciertas esferas políticas por otros actores, no electos, como las fuerzas armadas; y 10) Debe existir un territorio indisputado que defina claramente la población que vota. Considero que, en conjunto, estos atributos definen la poliarquía.” (2)

7.- El lector verá en qué casos se cumplen o no éstas precondiciones de la poliarquía. De paso permítanme decirles que estas condiciones han terminado conformando los baremos que los analistas y organismos internacionales utilizan a la hora de estudiar el estado de las democracias en el mundo: el propio O’Donnell es uno de los encargados del monitoreo del estado de las democracias en América Latina por encargo del PNUD de la ONU.

8.- El voto, eso sí, es una de las formas de tomar decisiones vinculantes y colectivas más afines a la democracia, aunque no es la única: aún hay decisiones que se toman por sorteo, como los jurados y escabinos, los miembros de mesas electorales y, hasta hace pocos años, también se sorteaba el servicio militar. En Atenas se tomaban algunas decisiones por aclamación, aunque era el método menos prestigioso. (3) Pero insisto en que el voto por sí solo no es sinónimo de una democracia sana y fuerte si no lleva aparejadas las condiciones que Dahl y O’Donnell han estudiado enjundiosamente.

II.- EN EL CASO VENEZUELA…

9.- He sentido, al leer algunos de los posts de este debate, que muchos lectores tienen desencanto de votar, porque intuyen que el voto no garantiza el ejercicio de una vida democrática. En eso estamos de acuerdo, y para ello fue que hice la exposición anterior. No me voy a enredar aquí a debatir si en Venezuela se cumplen o no las condiciones de una poliarquía: le dejo esa prerrogativa a los inquietos lectores.

10.- Pero sí quiero decir para finalizar que aun en el caso de que en Venezuela no se cumplieran dichas condiciones plenamente –y sólo en dos o tres países del mundo se cumplen de acuerdo con los baremos antes citados del PNUD y la ONU- la actitud de no votar no soluciona el problema sino que lo empeora porque –como suele decir un amigo mío de Maracay- los problemas de la democracia se solucionan con más democracia, no con pasividad, resignación, abstencionismo ni apatía. Cuando una población reacciona de ese modo, da pie para que un pequeño grupo con poder, con dinero, organizado, termine sojuzgando a la mayoría. Para que triunfe el mal sólo hace falta que los hombres de bien –y las mujeres- no hagan nada. Y no lo dijo un demócrata sino Edmund Burke, uno de los padres del conservadurismo.
Esto vale para los opositores y los pro-gobierno, para chavistas y caprilistas, para todos los ciudadanos, entendidos en el sentido que Dahl les otorga en sus trabajos.
No cumplir uno con su deber de votar lo convierte –en palabras de Juan Linz- en un traidor a la democracia. De manera que aunque el voto no garantice la democracia, si uno de entrada se declara demócrata no puede dejar de votar: no es lo mismo decir “Yo sé que el voto no garantiza la democracia en mi país” (lo cual es un acto reflexivo lícito en determinadas condiciones) que decir “Yo soy un demócrata pero no voto porque estoy decepcionado.” Esto último es un contrasentido, un fatal error político sobre el que la oposición venezolana ya debería haber escarmentado luego de aquel año 2005 en que abandonaron la Asamblea Nacional “porque no hay condiciones para ir a votar” (María Corina Machado dixit) para luego acusar de totalitario al gobierno ¡Porque había copado todas las curules del parlamento! Y no olviden que al año siguiente varios de los que llamaron a la abstención se postularon como pre-candidatos presidenciales contra Chávez. ¿En qué habían cambiado las condiciones de un año para otro? ¿En qué cambiaron las condiciones de las elecciones parlamentarias del 2005 al 2010? ¿En que la señora Machado ya no estaba en Súmate sino que era candidata? Si a ver vamos, las condiciones para la oposición empeoraron terriblemente, porque los estados menos poblados –los estados llaneros- requerían menos votos (una reforma de la AN abandonada) para elegir diputados, con lo cual tenían y tienen una sobrerrepresentación que fue justamente lo que impidió que la oposición lograra la mayoría, aunque en total sacó más votos que el gobierno.
Tal vez para ustedes que en su mayoría son jóvenes del 2005 al 2012 hay siete años que son un tercio de vuestra vida: tal vez tenían 14 años en el 2005 y no recuerdan esos errores, no tienen grabados en la piel aquellos años como un tiempo terrible, que es el caso nuestro.
La inocencia no es un pecado, pero para mí el olvido sí lo sería, y por eso no dejo de recordarles a mis interlocutores que el deber de todo demócrata es defender la democracia: nadie, absolutamente nadie, está en una posición intelectual o moral superior como para decir “Me abstengo de participar porque el sistema no me da la talla” (“Boto tierrita y no juego más.”) Venga, a título individual, como garantía de derecho humano, tiene derecho a decirlo y hacerlo, pero luego no se queje: y menos trate de seguir diciéndole a los demás lo que deben hacer luego de que su propuesta fuera un fracaso estrepitoso.
Nunca podré olvidar el artículo de Milagros Socorro en El Nacional (4) donde exponía sus argumentos “filosóficos y morales” para no votar, cuando ella hablaba en nombre de un colectivo titulado “nosotros los que no votaremos.” Nunca pidió disculpas, nunca dijo “me equivoqué” sino que, por el contrario, aún se supone una de las lideresas de opinión de una oposición en la que, gracias Dios y a que me han expulsado de todos lados, ya no estoy ni quiero estar.
Pienso en todos los que llamaron a no votar en el 2005 y el espacio no me alcanza, ni siquiera en Internet. Creo que debemos seguir este debate y por si les da flojera buscar, abajo les copio aquel infausto artículo que tanto confundió a los ciudadanos de entonces, como para que no vuelvan a repetir el mismo disparate este año. Tal vea muchos de ustedes, sin saberlo, están repitiendo los argumentos de la señora Socorro.

PD: Cada vez que uno dice cosas como éstas el argumentum ad hominem es “¡Eres un maldito chavista!” o “¡Cállate que le haces un favor al gobierno!” En realidad quienes le facilitan las cosas a cualquier gobierno son los que no votan. Y después se quejan de que Mario Silva y Amorim se los vacilen en La Hojilla. Menos mal, para la propia oposición, que los estudiantes en el 2007 dejaron de pararle bolas a María Corina Machado, a Milagros Socorro y a toda esa pléyade de genios políticos que hasta ese momento los conducían, fueron a un referéndum, lo ganaron y probaron que sí se podía. El problema no es votar o no votar: el problema es convertirse en mayoría con un discurso político sólido, con un verdadero proyecto de país, para ganarse el favor de las mayorías y por ende lograr la victoria en las elecciones. No hay CNE ni poliarquía que te puedan garantizar eso: es un asunto de tu creatividad política, de tu tesón, de tu honestidad y de la fortaleza de tu alma.

(1) Dahl prefiere el término Poliarquía (poli = varios, diversos y arjé = poderes) en vez de democracia, porque lo ve más preciso en tanto define una sociedad donde el poder está repartido entre diversas instituciones y entre los ciudadanos. En el caso nuestro en Venezuela, el término favorito para el ciudadano de a pie es democracia: pero en la academia, poliarquía se ha convertido en el término preciso para definir el bendito sistema político que aquí nos ocupa. Un resumen del propio autor se puede hallar en: http://www.ucm.es/info/cpuno/asoc/profesores/lecturas/dahl2.pdf

(2) Guillermo O'Donnell: Accountability Horizontal, Kellogg Institute for International Studies, University of Notre Dame: http://www.insumisos.com/lecturasinsumisas/accountability%20democratico.pdf

(3) Se encerraba a tres jurados en una caseta, los aspirantes iban pasando en orden aleatorio delante del ágora y los jurados –que no podían verlos- debían decidir quién había concitado más gritos de apoyo. Nada que se no haga todavía en El Show de Don Francisco por UNIVISION.

(4) Milagros Socorro: La Decisión Más Triste: El Nacional - Jueves 21 de Julio de 2005 A/4. Se consigue en: http://espanol.groups.yahoo.com/group/UPLA-VEN_Ccs/message/21563

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ADDENDA:

Política
CON ACENTO
La decisión más triste

Milagros Socorro

El Nacional - Jueves 21 de Julio de 2005 A/4

Que quede muy claro:
No vamos a votar el próximo 7 de agosto porque creemos profundamente en el voto como esencia de la democracia. No porque hayamos dejado de creer en él o porque hayamos comenzado a creer en otras salidas.
Precisamente por eso es tan doloroso el dilema que muchos venezolanos estamos enfrentando: hemos decidido no hacer aquello en lo que más creemos.
O mejor, lo único en lo que creemos. Y hemos decidido no votar porque ese gesto, que hasta hace poco contuvo todo lo que de civilizado habíamos logrado concitar en Venezuela, ha perdido todo el sentido y, en vez de constituir una acción libertaria, comprometida y democrática, se ha convertido —la han convertido— en una morisqueta para adornar el disfraz institucional de un gobierno autoritario y violador de la Constitución.
Llegar a la conclusión de que no podemos votar, que no debemos votar, es uno de los ejercicios intelectuales y políticos más dolorosos que muchos de nosotros hemos enfrentado.
En parte, porque hasta ahora la determinación de acudir a los comicios nos daba un poco de tranquilidad: no todo estaba perdido si millones de nosotros madrugábamos el domingo señalado, formábamos una cola —cuanto más larga, mejor— y marcábamos la opción de nuestra preferencia. Era como participar en una coreografía de progreso, de serenidad colectiva, de estupendas maneras cívicas. Era como si todavía estuviéramos en el mundo (y no nos hubiéramos desprendido de él como una nave de anacronismo, atraso y, en fin, dictadura). El voto espantaba al coco, nos hacía modernos, cubría nuestras vergüenzas (es decir, nuestra eterna tentación de militarismo, nuestro chafarote enseñoreado, nuestros ladrones altaneros), nos hacía ilustrados. Sin el voto somos como Adán y Eva arrojados fuera de los linderos del paraíso, desnudos y avergonzados, expuestos en nuestra precariedad política y cultural.

LO QUE DEBEMOS TENER MUY PRESENTE, EN MEDIO DEL AGOBIO QUE PARA MUCHOS SUPONE ABSTENERSE DE VOTAR Y, CON ELLO, SUSPENDER UN VIEJO HÁBITO, es que si hemos decidido quedarnos en casa el día de las elecciones no es porque hayamos encontrado una opción frente a éstas o que hayamos comenzado a pensar en otros instrumentos para tallar el destino de la república. La ventana de la desobediencia, por ejemplo, es una que debemos ponderar antes de arrimarnos a ella, porque nadie sabe hacia qué abismos se asoma ni cuántas cabezas quedarán cortadas si tuviera, por decir algo, la maña de cerrarse bruscamente. Quiero decir en forma muy clara que el hecho de no votar no nos pone en forma automática en la senda de la llamada desobediencia civil, recurso no por constitucional menos digno de respeto y de honda meditación.
Muchos de nosotros hemos votado siempre, incluso cuando no teníamos por quién hacerlo; cuando sabíamos que seríamos barridos por la querencia, tantas veces incomprensible, de las mayorías. Votábamos por el voto, por ese refinado pacto, por ese logro de nuestros mártires, por esa antigua aspiración de nuestras masas. Y no dejamos de hacerlo aun cuando nuestro historial de votantes registrara sólo derrotas: de alguna manera triunfábamos si los idiotas que veíamos ascender hacia los cargos seguían esa ruta gracias a los votos.
Votar ha sido para los venezolanos, primero, una conquista duramente peleada contra los eternos factores de autoritarismo; luego, un signo de avance, una forma de mantener amarrados los demonios de la violencia (a la que estamos siempre tentados también, no hay que engañarse al respecto); y llegó un día, no hace mucho, en que se convirtió en “lo único que nos queda”. Hoy ya no nos queda ni eso. La verdad es que el voto ya no nos queda, se lo pasaron por el forro el Tribunal Supremo de Justicia, la Asamblea Nacional y la Presidencia cuando nombraron en forma espuria un Consejo Nacional Electoral partidizado y parcializado con presencia avasallante del sector oficialista.
El voto se espichó cuando el CNE quedó presidido por un hombre abiertamente sumiso al Ejecutivo, que no oculta su adhesión política ni, por cierto, su reciente y gran prosperidad.

PERO NO FUE SÓLO LA REDUCCIÓN DEL CNE A UNA ABERRANTE MASCOTA DE MIRAFLORES LO QUE DESPANZURRÓ AL VOTO. El más claro indicio de que las colas frente a los centros de votación no serán sino un souvenir para el Gobierno es el grosero dispendio de los recursos de la Nación en los caprichos de Chávez.
Un mandatario que se conduce como éste, propiciando la invasión cubana a nuestro país, quitándole los recursos a los venezolanos para repartirlos a su placer; malgastando enormes sumas sin pedirle opinión a nadie ni detenerse por un instante a calcular si habrá de ello algún rédito para Venezuela, ¡posando junto a retratos del Che Guevara!, no va a respetar algo tan vulnerable como el voto. Eso es lo que más nos duele. El voto, esa convención de las almas civilizadas por la que sacaron a tanta gente a rastras para torturarla hasta la extenuación (cuando no la muerte), resultó ser una especie de chicle que perdió el sabor tras mucho mascarlo.
Cuando la diputada Iris Valera, siempre en el estilo de Richie Ray (por lo del sonido bestial), vocifera que la bancada oficialista hará lo que le da la gana porque para eso es mayoría, o que ella prefiere darle 500 millones de bolívares a Venezolana de Televisión que a Globovisión... como si ese dinero fuera de ella, de sus correligionarios o de su líder, no nos puede quedar duda de qué es lo que harán con nuestros votos. Lo mismo que han hecho con nuestras instituciones, nuestras leyes, nuestras empresas, nuestras industrias, nuestros museos, nuestro Congreso, nuestros hospitales, nuestras fuerzas armadas, nuestra industria petrolera, nuestro sistema de justicia, nuestro Banco Central, nuestras policías, nuestro servicio exterior, nuestra moneda, con la ciudad de Caracas, gran emblema de su capacidad de trasmutar todo en un chiquero.
Se oculta la mano que roba pero no la que gasta. Y por ésta intuimos la intensidad con que la otra ha trabajado.
Un gobierno que se ha permitido robar en una magnitud y celeridad sólo comparables con el crecimiento de la miseria no puede hacer otra cosa con nuestros votos que endosarlos y depositarlos en su cuenta. Como ha hecho con todo.
NO NOS QUEDA, PUES, OTRA TAREA QUE RESTITUIR AL VOTO SU PRESTIGIO Y SU PODER. Y para eso debemos darnos de frente con el hecho de que este voto venezolano de hoy, el votico de Jorge Rodríguez y de Chávez, no es capaz ya de cambiar la historia sin derramar sangre, no es signo de madurez, no es indicio de pacifismo, no funciona como protesta, no le dice al mandón que hay una gran parte de la sociedad que deplora sus métodos y su empeño en arrastrar al país hacia la ruina, porque el mandón no va a escuchar ese mensaje ni nada que no sea el clarín que proclama la perpetuidad de su hegemonía.
¿Ganaremos algo con la abstención?
Francamente, no lo creo. No aspiro a que ese gesto desgarrador pueda capitalizarse de alguna manera y menos como demostración de fuerza. Pero perderemos más con el voto alcahueta (SN) de quienes lo han confiscado y caricaturizado.
Creo que será algo tremendamente difícil que tendremos que vivir (más, si nuestros líderes insisten en presentarse a los comicios bastardos y nosotros nos vemos en el terrible trance de dejarlos esperando (SN)). Será otro trago amargo, de los muchos que me imagino que nos falta apurar para llegar a otra etapa del país, la próspera y verdaderamente moderna, siempre en nuestro empeño de no considerar siquiera la violencia como posibilidad ni como proyecto.
Por habernos descarriado de ese sagrado precepto es que estamos ahora con un voto mustio entre las manos temblorosas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

y entonces Oscar,

cuando vas a escribir algo mas??? Te echo de menos!

Michele

Anónimo dijo...

Donde estas?......

Michele ( la gringa)